viernes, 31 de diciembre de 2010

LAS UVAS DEL TIEMPO




Madre: esta noche se nos muere un año.
En esta ciudad grande, todos están de fiesta;
zambombas, serenatas, gritos, ¡ah, cómo gritan!;
claro, como todos tienen su madre cerca...
¡Yo estoy tan solo, madre,
tan solo!; pero miento, que ojalá lo estuviera;
estoy con tu recuerdo, y el recuerdo es un año
pasado que se queda.
Si vieras, si escucharas esta alboroto: hay hombres
vestidos de locura, con cacerolas viejas,
tambores de sartenes,
cencerros y cornetas;
el hálito canalla
de las mujers ebrias;
el diablo, con diez latas prendidas en el rabo,
anda por esas calles inventando piruetas,
y por esta balumba en que da brincos
la gran ciudad histérica,
mi soledad y tu recuerdo, madre,
marchan como dos penas.

Esta es la noche en que todos se ponen
en los ojos la venda,
para olvidar que hay alguien cerrando un libro,
para no ver la periódica liquidación de cuentas,
donde van las partidas al Haber de la Muerte,
por lo que viene y por lo que se queda,
porque no lo sufrimos se ha perdido
y lo gozado ayer es una perdida.

Aquí es de la tradición que en esta noche,
cuando el reloj anuncia que el Año Nuevo llega,
todos los hombres coman, al compas de las horas,
las doce uvas de la Noche Vieja.
Pero aquí no se abrazan ni gritan: ¡FELIZ AÑO!,
como en los pueblos de mi tierra;
en este gozo hay menos caridad; la alegría
de cada cual va sola, y la tristeza
del que está al margen del tumulto acusa
lo inevitable de la casa ajena.

¡Oh nuestras plazas, donde van las gentes,
sin conocerse, con la buena nueva!
Las manos que se buscan con la efusión unánime
de ser hormigas de la misma cueva;
y al hombre que está solo, bajo un árbol,
le dicen cosas de honda fortaleza:
«¡Venid compadre, que las horas pasan;
pero aprendamos a pasar con ellas!»
Y el cañonazo en la Planicie,
y el himno nacional desde la iglesia,
y el amigo que viene a saludarnos:
«feliz año, señores», y los criados que llegan
a recibir en nuestros brazos
el amor de la casa buena.

Y el beso familiar a medianoche:
«La bendición, mi madre»
«Que el Señor la proteja...»
Y después, en el claro comedor, la familia
congregada para la cena,
con dos amigos íntimos, y tú, madre, a mi lado,
y mi padre, algo triste, presidiendo la mesa.
¡Madre, cómo son ácidas
las uvas de la ausencia!

¡Mi casona oriental! Aquella casa
con claustros coloniales, portón y enredaderas,
el molino de viento y los granados,
los grandes libros de la biblioteca
—mis libros preferidos: tres tomos con imágenes
que hablaban de los reinos de la Naturaleza—.
Al lado, el gran corral, donde parece
que hay dinero enterrado desde la Independencia;
el corral con guayabos y almendros,
el corral con peonías y cerezas
y el gran parral que daba todo el año
uvas más dulces que la miel de las abejas.

Bajo el parral hay un estanque;
un baño en ese estanque sabe a Grecia;
del verde artesonado, las uvas en racimos,
tan bajas, que del agua se podría cogerlas,
y mientras en los labios se desangra la uva,
los pies hacen saltar el agua fresca.

Cuando llegaba la sazón tenía
cada racimo un capuchón de tela,
para salvarlo de la gula
de las avispas negras,
y tenían entonces
una gracia invernal las uvas nuestras,
arrebujadas en sus talas blancas,
sordas a la canción de las abejas...

Y ahora, madre, que tan sólo tengo
las doce uvas de la Noche Vieja,
hoy que exprimo las uvas de los meses
sobre el recuerdo de la viña seca,
siento que toda la acidez del mundo
se está metiendo en ella,
porque tienen el ácido de lo que fue dulzura
las uvas de la ausencia.

Y ahora me pregunto:
¿Por qué razón estoy yo aquí? ¿Qué fuerza pudo
más que tu amor, que me llevaba
a la dulce aninomia de tu puerta?
¡Oh miserable vara que nos mides!
¡El Renombre, la Gloria..., pobre cosa pequeña!
¡Cuando dejé mi casa para buscar la Gloria,
cómo olvidé la Gloria que me dejaba en ella!

Y esta es la lucha ante los hombres malos
y ante las almas buenas;
yo soy un hombre a solas en busca de un camino.
¿Dónde hallaré camino mejor que la vereda
que a ti me lleva, madre; la verdad que corta
por los campos frutales, pintada de hojas secas,
siempre recién llovida,
con pájaros del trópico, con muchachas de la aldea,
hombres que dicen: «Buenos días, niño»,
y el queso que me guardas siempre para merienda?
Esa es la Gloria, madre, para un hombre
que se llamó fray Luis y era poeta.

¡Oh mi casa sin cítricos, mi casa donde puede
mi poesía andar como una reina!
¿Qué sabes tú de formas y doctrinas,
de metros y de escuela?
Tú eres mi madre, que me dices siempre
que son hermosos todos mis poemas;
para ti, soy grande; cuando dices mis versos,
yo no sé si los dices o los rezas...
¡Y mientras exprimimos en las uvas del Tiempo
toda una vida absurda, la promesa
de vernos otra vez se va alargando,
y el momento de irnos está cerca,
y no pensamos que se pierde todo!
¡Por eso en esta noche, mientras pasa la fiesta
y en la última uva libo la última gota
del año que se aleja,
pienso en que tienes todavía, madre,
retazos de carbón en la cabeza,
y ojos tan bellos que por mí regaron
su clara pleamar en tus ojeras,
y manos pulcras, y esbeltez de talle,
donde hay la gracia de la espiga nueva;
que eres hermosa, madre, todavía,
y yo estoy loco por estar de vuelta,
porque tú eres la Gloria de mis años
y no quiero volver cuando estés vieja!...



Uvas del Tiempo que mi ser escancia
en el recuerdo de la viña seca,
¡cómo me pierdo, madre, en los caminos
hacia la devoción de tu vereda!
Y en esta algarabía de la ciudad borracha,
donde va mi emoción sin compañera,
mientras los hombres comen las uvas de los meses,
yo me acojo al recuerdo como un niño a una puerta.
Mi labio está bebiendo de tu seno,
que es el racimo de la parra buena,
el buen racimo que exprimí en el día
sin hora y sin reloj de mi inconsciencia.


Madre, esta noche se nos muere un año;
todos estos señores tienen su madre cerca,
y al lado mío mi tristeza muda
tiene el dolor de una muchacha muerta...
Y vino toda la acidez del mundo
a destilar sus doce gotas trémulas,
cuando cayeron sobre mi silencio
las doce uvas de la Noche Vieja.

Andrés Eloy Blanco




Feliz Año Nuevo

miércoles, 29 de diciembre de 2010

ORACIÓN DE FIN DE AÑO

Señor, Dios, dueño del tiempo y de la eternidad,

tuyo es el hoy y el mañana, el pasado y el futuro.

Al terminar este año quiero darte gracias

por todo aquello que recibí de ti.

Gracias por la vida y el amor, por las flores,

el aire y el sol, por la alegría y el dolor, por cuanto

fue posible y por lo que no pudo ser.

Te ofrezco cuanto hice en este año, el trabajo que

pude realizar y las cosas que pasaron por mis manos

y lo que con ellas pude construir.

Te presento a las personas que a lo largo de estos meses amé,

las amistades nuevas y los antiguos amores,

los más cercanos a mí y los que estén más lejos,

los que me dieron su mano y aquellos a los que pude ayudar,

con los que compartí la vida, el trabajo,

el dolor y la alegría.

Pero también, Señor hoy quiero pedirte perdón,

perdón por el tiempo perdido, por el dinero mal gastado,

por la palabra inútil y el amor desperdiciado.

Perdón por las obras vacías y por el trabajo mal hecho,

y perdón por vivir sin entusiasmo.

También por la oración que poco a poco fui aplazando

y que hasta ahora vengo a presentarte.

Por todos mis olvidos, descuidos y silencios

nuevamente te pido perdón.

En los próximos días iniciaremos un nuevo año

y detengo mi vida ante el nuevo calendario

aún sin estrenar y te presento estos días

que sólo TÚ sabes si llegaré a vivirlos.

Hoy te pido para mí y los míos la paz y la alegría,

la fuerza y la prudencia, la claridad y la sabiduría

Quiero vivir cada día con optimismo y bondad

llevando a todas partes un corazón lleno

de comprensión y paz.

Cierra Tú mis oídos a toda falsedad y mis labios

a palabras mentirosas, egoístas, mordaces o hirientes.

Abre en cambio mi ser a todo lo que es bueno

que mi espíritu se llene sólo de bendiciones

y las derrame a mi paso.

Cólmame de bondad y de alegría para que,

cuantos conviven conmigo o se acerquen a mí

encuentren en mi vida un poquito de TI.

Danos un año feliz y enséñanos

a repartir felicidad . Amén

jueves, 2 de diciembre de 2010

LA PARABOLA DE LA ROSA


Un hombre plantó una rosa y trabajó regándola constantemente.

Antes que de ella apareciese algún indicio, el la examinó y vió el botón que en breve abriría, mas notó espinas sobre el tallo y pensó,

"Como puede una flor tan bella venir de una planta rodeada de espinas tan
afiladas?"

Entristecido por este pensamiento, el se negó a regar la rosa y antes de estar pronta para abrir, ella murió.

Así sucede con muchas personas.

Dentro de cada alma hay una rosa:

Son las cualidades dadas por Dios.

Dentro de cada alma tenemos también las espinas:

Solo que falta que aparezcan nuestras rosas.

Muitos de nosotros nos miramos y vemos solo las espinas, los defectos.

Nosotros nos desesperamos, pensando que nada de bueno puede venir de nuestro interior.

Nos negamos a regar a cultivar dentro nuestro, y consecuentemente, eso muere.

Nunca percebimos nuestro gran potencial.

Algumas personas no ven la rosa dentro de ellas mismas.

Por lo tanto alguien mas debe mostrarselas.

Uno de los mayores dones que una persona puede poseer o compartir es ser
capaz de pasar por las espinas y encontrar la rosa dentro de otras
personas.

Esta es la característica del amor.

Mirar una persona y conocer sus verdaderas faltas.

Aceptar a aquella persona en su vida, en cuanto reconoce la belleza en su alma
y ayudarla a percibir que ella puede superar sus aparentes imperfecciones.

Si nosotros mostrarmos a esas personas la rosa que está creciendo en su interior, ellas superarán sus próprias
espinas.

Solo así ellas podrán ver abrirse sus rosas, muchas veces.


Henrique Adalberto Dias